Economistas

Admiro a los economistas. Muchas veces se les critica por no habernos advertido de lo grave que sería esta crisis, se hacen bromas diciendo que su disciplina no pasa de ser una ciencia forense (porque sólo aciertan post mortem), pero envidio su capacidad de análisis, su extendida fe en el empirismo y reconozco que, pese a todo lo que se dice, el hombre está en el centro de sus preocupaciones.

El empleo siempre ha despertado el interés preferente de los economistas. Cuando la esclavitud fue abolida en las Indias Occidentales, el intelectual Thomas Carlyle defendió que se reintrodujera para los negros la obligatoriedad de trabajar en las plantaciones frente a los economistas que abogaban porque la oferta y la demanda regularan el mercado. Carlyle les acusó de ser los promotores de una «ciencia funesta» (dismal science).

En aquella época, el mercado del trabajo se presumía perfecto. Si alguien estaba en el paro era por una decisión individual: no quería trabajar o era víctima del «paro friccional», el que se producía mientras cambiaba de empleo. En la colección de The Economist del siglo XIX se hacen juicios de intenciones sobre los desempleados que de haber llegado al gran público habrían desencadenado una o dos revoluciones.

Keynes le dio una nueva dignidad a los parados al sostener que podían existir por distorsiones económicas que eran más frecuentes de lo que se creía. Deficiencias en la demanda, según el gran economista inglés.

Hablo con Juan José Dolado, uno de los máximos expertos españoles en el mercado laboral. Le llamo para informarme del salario mínimo, pero las cifras de paro secuestran nuestra atención. La dualidad del mercado entre temporales e indefinidos, que Dolado llama «el muro», es el hecho más relevante. El 92,5% de los nuevos contratos son temporales. La dualidad, en vez de remitir, se agudiza. El contrato único con indemnización creciente, que Dolado promovió en 2010 con aquellos otros 99 economistas que firmaron un manifiesto patrocinado por Fedea, es a su juicio la solución para acabar con esta situación.

«Somos prisioneros del fenómeno de path dependence, de dependencia del statu quo». En castellano diríamos «seguir por el carril». Dolado se refiere a que nuestro mercado laboral está prisionero de la herencia de la dictadura, donde había trabajo garantizado para todos aunque con bajos salarios. Con la democracia subieron los salarios y un grupo, bien defendido por los sindicatos, logró mantenerse como indefinido, mientras los nuevos –las mujeres y los jóvenes– quedaron prisioneros de la temporalidad. Luego están los empresarios, muchas veces refractarios a invertir en formación de la mano de obra.

-¿Cuánto tardaremos en resolver este problema del mercado laboral?– le pregunto.

-En 1994, aunque después se cambió la forma de medir el paro, teníamos un desempleo del 21% o 22% y convergimos en el 8% en 12 años. Entonces, la entrada en el euro nos motivó para hacer grandes sacrificios. Ahora eso no existe, nos estamos defendiendo para no bajar a la segunda división– dice mientras encaja las cifras en su razonamiento.

«Bueno –añade– la demografía juega a nuestro favor. En poco tiempo las personas en edad de trabajar se convertirán en un bien escaso. Calculo que tardaremos una década en resolver este problema».

john.muller@elmundo.es